Disimulando, como si la cosa no fuera contigo,
te sentaste en el respaldo del banco de aquel jardín,
y con ojos ávidos de buscar lo inexcusable para ella,
viviste tres largos días de alquiler municipal.
No eran claros los motivos, ni la acción a investigar,
te alimentaba tu orgullo, tus celos, esa acusada inseguridad
que durante temporadas te empeñaste en ocultar.
Fuiste clavando navajas con filos, con doble hoja,
apuñalar por la espalda, en metáfora fatal,
la relación que buscabas con el amor de tu vida,
no es la mejor solución para acercarla de nuevo
a la virtud de ignorarte, al defecto de quererte.
Cada vez que de regreso, del curro de su oficina,
te veía chapuceando un trabajo que no es tuyo,
vigilar se te da mal, aunque esconderte es tu fuerte,
se le hacía el alma añicos, le daban ganas de odiar,
pues si algo la abrumaba, aparte de enamorarse
de un tío con mucha frente pero con poca cabeza,
de un cabezón muy demente, sin oficio y mucha jeta,
era adorar una historia que se acabó tiempo atrás,
cuando jugando en un parque y vigilados por mamás,
el ya trataba besarte, el quería conquistarte,
y arrancaba rosas rojas, y se pinchaba los dedos,
y consiguió enamorarte pasada la pubertad.
Pero decidió quedarse en esa estúpida edad,
pasando de madurar, siendo un burdo Peter Pan,
siendo un loco desquiciado sin nada que averiguar.
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